viernes, 25 de enero de 2013

La chica de al lado #1

Este es un proyecto que tengo desde hace tiempo: escribir una historia. Ésta por supuesto no es la primera, pero al empezarla, pensé que quizá os gustaría. Trata de una chica normal de Barcelona que inventa historias sobre la gente que se cruza con ella en la calle. 

Barcelona, 2012

Observa a la gente. Horas y horas, pasadas sentada en el alfeizar de la ventana, fumando un cigarrillo tras otro. Los mira ir de acá para allá, a tres pisos por encima. 3 pisos…como aquel libro tan ñoño, por el que María y todas aquellas niñatas insufribles se habían vuelto locas. ¿Cuál era su nombre? “Tres metros sobre el cielo”, recordó. Lo había escrito un cuarentón italiano, le había dicho su hermana. Italiano tenía que ser. Son los únicos capaces de publicar semejante basura y convertirse en el héroe de las adolescentes de medio mundo.

Si la vida fuese como en los libros, ella no estaría allí. No, estaría bien lejos, recorriendo el mundo en busca de gente como ella. Personas que no se toman la vida en serio, y que se dejan llevar. Pero no, ella sigue anclada aquí, viviendo con una cincuentona menopáusica y una adolescente metomentodo. ¿El padre? Un día se marchó y no volvió. No le culpaba por eso. Sí, ella habría hecho lo mismo. Lo único que le recriminaba, es que no se la hubiese llevado con él. Así, no seguiría viviendo en esa casa de locos.

Baja la vista. La calle rezuma de vida. La primavera ya ha llegado, y Barcelona se tiñe de color. Le gusta la ciudad ¿Por qué? Ni siquiera ella lo sabe. Puede que sean sus calles desordenadas, el ambiente cálido o el olor a mar. Ni idea. De repente, apareció a su lado una bola de pelo gris atigrado.

- Ven aquí, Duquesa. ¿Tú también huyes? –le preguntó, mientras le acariciaba distraídamente el lomo. La gata, como única respuesta, se acurrucó junto a ella y cerró los ojos.

Ojalá su vida fuese tan sencilla. Dormir, comer y dormir. Pero ella no había tenido tanta suerte. Nunca la tiene. Balancea los pies en el vació y vuelve a mirar hacia abajo. Un año atrás, había descubierto ese trocito de libertad, su espacio. Y desde eso momento, se pasa las horas ahí, en la ventana, contemplando personas, imaginando historias. ¿Quiénes son? ¿A dónde van? ¿De dónde vienen? Especula con todas aquellas preguntas, y con mil más. Dibuja sus vidas, las inventa en su mente. A lo mejor sus fantasías no tienen nada que ver con la realidad, pero no le importa.

- ¡Ariel! ¡Tu cuarto! –vociferó una mujer a pleno pulmón.

Ariel hizo un mohín y cerró los ojos. “Suspira hondo” se dijo.

- Ariel, o lo recoges o empiezo a tirar tus cosas a la calle.

- Ya voy, ya voy –gritó mientras entraba en la habitación.

- ¿Otra vez en la ventana? Te pasas el día ahí –declaró su madre mientras le dejaba ropa limpia sobre el escritorio-. ¿Es que no tienes nada mejor que hacer?

- Ya has terminado ¿no? Así que vete a molestar a María y déjame en paz –le exigió la chica.

Cuando la mujer salió, Ariel cerró la puerta de un golpe. Estaba tan harta. Tenía que salir de allí, cuanto antes. Si no iba a volverse loca. ¿Pero como marcharse? Tenía algunos ahorros, y muchas ganas de escapar ¿Sería eso suficiente? Se estiró en la cama deshecha y se imaginó una nueva vida. Un nuevo punto de partida. En otro lugar, con otra gente. Otra historia, una propia.

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