jueves, 18 de julio de 2013

Liberté

Liberté. Así la llaman los franceses, y así la llamaré yo. Suena más fino, más culto…como todo lo francés ¿no? Liberté, Egalité, Fraternité es su lema. Ellos saben de todo esto, o eso aparentan. En realidad, no tienen ni idea, como todo el mundo.

Liberté es francesa, o así me la imagino. ¿Qué aspecto tendrá? Siempre la han pintado bella, como si fuese una diosa griega. La piel nívea, la mirada límpida, una sonrisa serena que me recuerda la Mona Lisa. Un ángel caído del cielo dispuesto a luchar por nosotros. Pero ya sabéis como son los artistas, siempre se dejan llevar por la belleza y se olvidan de lo demás. Exageran, maquillan la verdad.

Liberté esconde algo, como toda mujer que se precie. Aunque sus secretos son más oscuros, más dolorosos. Y es que detrás de esa máscara de inocencia, se encuentra la muerte. Fría. Oscura. ¿Cuántos hombres se han matado por ella? ¿Miles? ¿Millones? Españoles, Franceses, Ingleses, no importa su origen, no importa su edad. Cadáveres descuartizados. Heridas de guerra. Sangre. Mucha. Todo por la misma mujer. Pero ella huye, sin que nadie la pueda alcanzar. Se te escapa entre los dedos, como el agua, dejando tras de sí la destrucción. Caos.

Liberté y yo aún no nos conocemos. No he tenido ese placer. Aunque no sé si eso es bueno o malo. Mejor no pregunto. Bueno, si alguien la ve, que le diga que pase por Barcelona, que me busque. Que me gustaría tomar un café con ella. O crêpes con Nutella, más francés. Pero que venga sin hacer ruido, que se disfrace, que no provoque mucho escándalo. Los catalanes ya están suficientemente exaltados como para que aviven más el fuego. Y España también. Ya lo sabéis ¿no? Y si no leed los periódicos, que aparece en la portada cada día, para que no vivamos en paz. Como si no tuviésemos ya demasiados problemas. ¡Esperad! Me desvío del tema, es lo que siempre me pasa cuando me enfado.

Liberté y yo no nos caeríamos bien. Estoy segura. Y es que no me entusiasman las mujeres que van dejando tras ella un rastro de corazones rotos. Un sendero de lágrimas, de desesperación. Ese el problema de los hombres: que se enamoran, que caen rendidos a sus pies para que ella los maneje a su antojo, como marionetas en una obra de teatro que ella se encarga de escribir. Que pierden la cabeza por ella. Literalmente. ¿Ella disfruta del sangriento espectáculo? Como una niña con un juguete nuevo. Sino ¿por qué no se rinde? ¿Por qué sigue esfumándose en cuanto cumple su objetivo?

Liberté. Su nombre da esperanzas a los que buscan un camino, hace soñar a los que están perdidos. Su estatua en Nueva York, francesa por supuesto, con la llama en un brazo, guía a través de la oscuridad a los infelices, a los desesperados, a los que ya no les queda nada o que nunca lo tuvieron, prometiéndoles una vida mejor, llena de oportunidades. Estados Unidos de América. El sueño americano que todos queremos cumplir. ¿Lo consiguen? ¿Es real? Que se lo pregunten a los habitantes del Bronx, a los inmigrantes mexicanos echados a patadas, a Snowden y a Assange, escondidos de su propio gobierno. Mucho Obama, mucho Hollywood, mucho cuento.

Liberté. ¿Cómo sería Liberté? Sería egoísta, superficial, fría, porque los sentimientos esclavizan. Irresponsable y caprichosa como los niños, viviendo sin preocupaciones, haciendo lo que le dé la gana. Solitaria, porque cada sociedad tiene sus propias reglas y leyes. Inteligente o estúpida, tampoco importa.

Liberté no es humana. Y es que los humano no podemos ser libres, aunque todos pensemos que lo somos. Ni siquiera los franceses, sus creadores. Bonita mentira que inventaron, una mentira peligrosa que induce a la locura. Somos esclavos, y ni siquiera lo sabemos, no nos damos cuenta. Sin embargo, no somos esclavos de otras personas, como los africanos en las plantaciones de tabaco en América. No se nos compra, ni se nos vende. Bueno, menos a los políticos y a los futbolistas. Somos esclavos del dinero, de la belleza, del amor. De nuestros miedos y necesidades. De nosotros mismos.

Liberté no existe. Es un fantasma, un espíritu, una brisa que viaja por el mundo, que te susurra palabras bonitas al oído, que te hace creer que hay algo mejor allí fuera. Te vuelve loco. Y ya no puedes vivir sin ella. No duermes, no comes, no vives. Como los enamorados: esclavos al fin y al cabo. Irónico ¿no? Y se va, dejando tu mundo patas arriba, perdido en mitad de la nada, buscando a ciegas el camino de vuelta a casa. Sumido en la melancolía ¿Cómo volver a empezar? ¿Cómo volver atrás? ¿Qué hacer con todos esos sueños por cumplir?
 

Liberté. Bonita utopía ¿verdad? Bella pesadilla. Infierno.



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