A
veces siento que finos hilos, resistentes y tensos, tiran de mí. Soy una
marioneta viva. Pienso, siento, deseo pero no soy capaz de decidir. No, mejor
dicho, no me dejan hacerlo.
Soy
una muñeca en manos de otros. Ojalá pudiese complacerles, ojalá fuera lo que
ellos quisiesen. Y es que la gente no sabe lo difícil que es estar a la altura cuando
no sabes que esperan de ti. Incomprendida, crecí en mi propio mundo. Lo dibujé
con palabras y lo agrandé con sueños, hasta que éste explotó cuando se enfrentó
a la realidad. Perdida. Frustrada. Un nudo de emociones que no soy capaz de desenrollar.
Una cuenta atrás interminable. Y sé que un día saltaré por los aires. En mil pedazos. Y yo solita me tendré que
recoger.
Muda,
me quedé sin voz. Una voz que tenía tanto que decir y que se ocuparon de
callar, porque no les gustó lo que quería. Diferente. Extraña. Siempre lo supe,
no hizo falta que me lo dijesen. Yo misma me di cuenta bien temprano. Pero no
han parado de recordármelo. Nunca quise lo que la gente quería. Nunca necesité lo que otros tanto ansiaban.
Supongo que la felicidad no es lo mismo para todos. Una idea abstracta,
subjetiva. Unos quieren un coche, yo quería ser libre.
Nunca
fui normal y ojalá lo hubiese sido. Todo sería mucho más fácil. Y es que habría
evitado tantas lágrimas inútiles, tanto dolor estúpido. Me escondí detrás de
una fachada construida con esmero, de sonrisas ensayadas delante del espejo.
Dejé de ser quien era para protegerme, para evitar los golpes. Fui fuerte,
aprendí a serlo desde pequeña, porque los niños también saben ser crueles. No
dejé entrar a nadie en mi mundo. A nadie. Introvertida, no se me daba bien
relacionarme con la gente. Soñadora solitaria. Y cuando crecí, pensé que por
fin sería capaz de ser yo, de ser sincera. Pero la sinceridad molesta a muchos.
A la mayoría, en realidad.
Con
el paso de los años, he ido abriéndome, saliendo de mí paso a paso y conociendo
a personas que de verdad merecen la pena. Que me hacen reír, con las que
congenio, que admiro. Que intentan entenderme. Sin embargo, nunca he llegado a encajar
del todo, quizá se equivocaron de puzle conmigo.
Es
duro vivir bajo un foco, que tus fallos se señalen en voz alta, que se te
compare, que se te ponga en ese pedestal que nunca pediste, y del que no te
puedes caer si no quieres que los buitres se te echen encima. La gente habla
tanto de ti y ni siquiera te conoce. Opinan, comentan, sin darse cuenta de que
les estás oyendo, de que lo que dicen duele. Te juzgan y no te dejan
defenderte. No se molestan en tratar contigo. Y es que parece que solo critican
para sentirse mejor consigo mismo. Almas corroídas por la envidia, consumidas por el veneno que escupen cada vez que abren la boca. Felicidades. Mejor dicho, que se jodan.
Basta de sutilezas. Que se busquen una vida con la que ocuparse y dejen a los
que la tienen en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario